En el aeropuerto, momentos antes del embarque apuraba su cerveza, ahora sí que lo había conseguido, miró el reloj y pensó que le quedaba muy poco para hacer realidad lo que tantas veces había imaginado que haría y en el último momento acababa por echarse atrás.
En realidad, lo que la consumía era el aburrimiento supino en que se había convertido su vida. Sobrevivía dejándose llevar, salía porque tocaba, bebía porque era hora y trabajaba porque no tenía más remedio, luego a dormir, y ya había pasado un día más. Una semana, un mes, un año, otro.
Sí, la suya era una vida de fácil, cómoda, pero tremendamente anodina, su sufrir era un sufrir apagado, silencioso, lleno de desidia y puro bostezo. Pero al menos esa melancolía la hacía sentirse viva, de no ser así, ¿Qué le quedaría? Nada. Pensaba que al menos eso, era mejor, que nada.
No soltaría lastre. Aún guardaba la vana esperanza de estar equivocada y que un día él volviera arrepentido, entre tanto decidió enviudar. Se le había muerto el amor. No había hombre que pudiera competir con los recuerdos que en su mente crecían haciéndose grandes cual coloso.
-¿Es que algunas personas no entienden que para cerrar página, otras, necesitan de una explicación?, ¡no importa lo absurda que sea!, ¡la que sea!..., ¡o aunque sea, que les den con la puerta en las narices! Eso ayuda a dar por acabada la historia, a pasar página. ¡Ay!, a veces el castigo del látigo de la indiferencia es peor que un fustazo en la mismísima cara.
Tarjeta de embarque en la mano, recorría ya el pasillo para subir al avión.
- ¿y si no lo encuentro?..., pero al menos lo habré intentado.
Nunca habló del viaje con nadie, ni lo haría, concluiría su periplo sin compartir el resultado. Nadie la echaría de menos en tan corta ausencia.
- hay cosas que uno debe hacerlas sólo.
Ya en el avión, dejó la maleta en el estante de arriba de su asiento, llevaba poco equipaje y no lo facturó, iba ligera de carga. El poco tiempo que había empleado en hacer la maleta esta vez, le decía muchas cosas, pero ella no quería escucharlas.
Sintió unas ganas inmensas de fumarse un cigarrillo y cogió del bolso un chicle de los que llevaba preparados para estas ocasiones.
- La dirección tiene que ser auténtica, él contestaba mis cartas, subiré al primer taxi que vea en el aeropuerto y lo comprobaré…
Y hasta ahí había planeado.
El comandante, anunciaba ya el inminente despegue y que los cinturones de seguridad debían de abrocharse, fue entonces cuando se fijo en el señor que aún no se había sentado, se aproximaba rápido mirando las filas de asientos hasta que estuvo a su lado, arqueando la cejas le indicó a ella que su asiento era contiguo al suyo.
El avión se cimbreaba y daba votes mientras tomaba velocidad para iniciar la subida, durante un momento dejó de pensar en todo sintiendo el vértigo del ascenso. Notó un pellizco en su estómago, veía por la ventanilla cómo las grandes alas de aquel enorme pájaro de hierro en el que se encontraba se elevaban hacia el cielo. De soslayo, echó una mirada al asiento de al lado, nada, ni se había inmutado, impertérrito. ¿Qué libre es el miedo?, pensó.
Luego las luces de encima de su asiento se apagaron y desabrochándose el cinturón intentó relajarse.
Allí estaba ella, como una Sherlock Holmes cualquiera dispuesta a desenmascarar la verdad por fea que fuera. Por mezquina que pareciera ante sus ojos o ridícula y obvia ante los ojos de los demás.
Entonces su compañero de vuelo que hasta ahora no había dicho nada, le habló.
- De momento ya tenemos ganado un 50% del viaje, ¿No cree?
- Si usted lo dice.
- Detecto un tono de incredulidad en su voz, créame, las estadísticas así lo demuestran.
Entonces pensó que el hombre sentado junto a ella, al que probablemente no vería más en su vida y del que nada le importaba lo que pudiera pensar de ella dado que no formaba parte de su vida, podría darle respuestas. Pero el la sorprendió hablando primero.
- ¿viaje de placer o negocios? ¡Esta ciudad tiene tanto por lo que visitarse…!
Ella pensó – ¡no lo sabe usted bien!, pero en lugar de eso, le dijo:
- Ambas cosas. Me daré el placer de viajar mientras resuelvo unos asuntos.
- Si la invito a jugar un juego, ¿querría? Es divertido, y tiene reglas, la regla principal es que no están permitidas cuestiones personales. ¿Querrá jugar?
- Bueno….
Pero el no la dejaría hablar hasta no haber acabado lo que quería decir.
- No se preocupe, primero le explicaré cómo se juega y luego podrá preguntarme.
- Le escucho.
- Como le decía es un juego divertido, de preguntas, en el que pondremos turnos, pero las preguntas y las respuestas no pueden tratar o nombrar nada que nos sea personal, puede hacerse una exposición previa a la pregunta, bien para poner en situación a la otra persona, o para describir la naturaleza de la misma.
- ¡Parece divertido!
Ella, se sorprendió pensando que el había conseguido intrigarla con este juego.
- ¿Cuando empezamos?, ¿Puedo preparar yo el sorteo de turnos?
Ella sacó de su bolso un saquito de tela, y doblando una pequeña hojilla la cortó por la mitad para tener dos mitades, sacó su bolígrafo y en sendos papeles escribió una letra, U en uno, e Y en el otro.
Pensaba en la pregunta que de verdad ella querría hacer, pero no era nada oportuna, y a la luz de ese planteamiento razonó la inmadurez que la abrigaba.
- Demostraré que no sé encajar una callada por respuesta…. Entonces… ¿A qué preguntar esto? ¡Qué caray, juguemos!, a lo mejor me da el antídoto para superar mi mal bache.
Sacudió el saquito en el que había metido los dos papeles acercándoselo para que sacara uno y el azar decidiera quién de los dos comenzaría el juego.
Y con un gesto sonriente le conminó a mostrarlo.
- Bueno, es una Y ¿Esta letra corresponde a su turno?
- No, sería el suyo, porque ha sido usted el que cogió el papel.
La verdad era que de haber sacado el otro, ella le habría dado la vuelta al turno
-¿Hay un tiempo para formular y responder las preguntas?
-No, sólo debe ceñirse a lo dicho anteriormente. El plazo para concluir el juego será el de llegada al aeropuerto. ¿Tiene claro cómo es el juego?
-Sí. No se podrán hacer más preguntas que las tres de las que consta el juego, y no serán de carácter personal. ¿Es correcto?
-Bueno pues si me disculpa, necesito unos minutos para pensar.
Y dicho esto, sacó un libro de su maletín, se fijó en que ella le echaba una mirada a su bolso sacando papel y bolígrafo y se puso garabatear, pensando y luego escribió.
- Si para encontrar Santiago has de irte hasta Roma, hazlo. Mejor eso que seguir perdido.
- Perdona, y serás libre. No hay peor castigo que vivir con rencor. Lo que nos hace crecer plenamente y seguir adelante es nuestra paz interior.
- Si no podemos aceptar que hay cosas que ocurren y no tienen un porqué, entonces ese fuego nos devora quemándonos por dentro.
Se quedó leyendo lo que acababa de escribir. Había encontrado lo que fue a buscar. No era a un hombre, tampoco el amor. Se buscaba a sí misma. La respuesta, estaba en esas líneas.
Allí delante de aquel desconocido, la desnudez de sus pensamientos hizo aflorar su honestidad, su ausencia la había traicionado durante todo este tiempo y al volver le devolvió la valentía para poner de nuevo su partida en juego. Entonces lo comprendió: o juegas o te ves arrastrado a jugar el juego del otro. Y aunque sabía que le llevaría tiempo cambiar, supo que a partir de ahora guardaría su luto en el armario, había aprendido una lección que ya nunca olvidaría.
-Bueno, ¿quiere que empecemos?
- ¿Sabe?, espero que no se lo tome a mal, pero no me apetece jugar, sería largo de contar y es personal.
- Pero, me ha parecido ver que estaba usted escribiendo las preguntas,… ¿qué es lo que le ha hecho cambiar de idea?
- Verá, cuando usted me invitó a jugar, yo, como esa chica “la de Serrat”, esperaba un tren que nunca llegó. Absurdo, ¿no cree?, pero por fin el milagro se ha realizado, y ahora soy yo la que va en el tren. Creo que su juego ha servido para que me diera cuenta. Llevo años esperando que alguien muy querido me diera una respuesta, y por fin hoy he comprendido que ninguna de las que me hubiera dado me habría valido.
- ¿Sabe?, Creo que está usted un poco loca, si no un mucho. Pero me encanta su locura. Espero que pueda volver a encontrarla alguna vez, sería una pena que no fuera así. Es usted una criatura dulce y espero que tenga una vida muy feliz. No se preocupe por mí, estoy seguro que no ha querido reírse de mí.
- Bueno, gracias por su comprensión.
- Y ahora para que vea que no le guardo rencor ¿Me deja invitarla a una copa?
- Vale, yo le invito a los snack.
Abrió el bolso y sacó una bolsita con aperitivos salados. Entonces el empezó a hablarle de los sitios que podría visitar de la ciudad. Acababan la copa y pasó la azafata para recoger los vasos, se encendió la luz del panel de arriba del asiento, el Comandante les dijo que el avión iba a aterrizar, entonces él sacó su cartera y le dejó a ella una tarjeta con su nombre y su teléfono. Ella la guardó en el bolso y cuando bajaron del avión se despidieron.
Los dos ignoraban entonces que años después el azar haría que volvieran a verse.
Si para encontrar Santiago has de irte hasta Roma, hazlo. Mejor eso que seguir perdido.
ResponderEliminar- Perdona, y serás libre. No hay peor castigo que vivir con rencor. Lo que nos hace crecer plenamente y seguir adelante es nuestra paz interior.
- Si no podemos aceptar que hay cosas que ocurren y no tienen un porqué, entonces ese fuego nos devora quemándonos por dentro.