Este viento de adviento, me hace compartir y trae aromas que transportan, a la niñez, al calor del hogar en familia, a
momentos entre amigos,… ….
Aromas que a veces son de antaño sin embargo nos acompañarán
ya para toda la vida, evocan retratos del pasado, muchas
veces tan idealizados que por mucho que nos empeñamos en buscar su olor, no lo encontramos ya mas que nuestro recuerdo.
La alhucema y el vinagre, forman una combinación que me
lleva en el tiempo, trasladándome a la casa de mi madre cuando aún éramos
pequeños. A la hora del baño, en una casa de cinco hermanos, ¡era tan divertido! Y puedo
oler y sentir la ropa interior calentita
perfumada con alhucema, noto mi pelo
mojado, recién aclarado con agua y un chorrito de vinagre,… cosas de madres. Me veo allí, junto a ella, y pienso en cuanta paciencia ponía en peinar
esas largas melenas que tanto se enredaban. Nada menos que cuatro de ellas.
El incienso me lleva a la salida de un paso de semana Santa.
Pero también al hogar de mi abuela que
calentaba las tardes de invierno con cisco picón, y de poco a poco, les regalaba incienso a las ascuas mientras en la tele
daban una corrida de toros. Y todos, mayores y niños seguíamos los lances
toreros, eso sí, había que estar calladitos. Pero juntos, alrededor de la
lumbre. Y entre medio, la merienda.
El olor de mi niña al nacer. Esa primera vez que la cogía en brazos cerré
los ojos y pensé: así huele mi
niña. Su olor, y no supe explicar con
palabras por ser distinto a todos los que hubiera olido, su perfume, pensé. Y supe
siempre que por él, yo siempre aún cuando no pudiera verla, la reconocería. Con el paso del tiempo, mi
niña perdió su olor o yo dejé de poder
oler a mi niña, pero aún lo recuerdo.
De las flores los jazmines de casa de mi madre, me veo en
la escalera en la que tanto jugué,
siempre cuajadita de flores que inundaban de
intenso olor el patio de la casa. Con la Dama de Noche, soy una niña que jugaba en la
calle inventando juegos, a la soga, o
con una piedra plana pintando con tiza el suelo…. en verano nos dejaban estar en la plazoleta hasta
un poco entrada la noche ó nos llevaban al cine de verano. Y ya de mayor en las
salidas o llegadas por la calle a casa su olor siempre nos acompañaba.
No hay cómo el olor del mar, ese es uno de mis favoritos, me lleva a maravillosas puestas de sol. Un sol
impresionantemente grande y tan cercano que casi podía tocarlo con las manos, me veo allí sentada en la arena aún calentita,
mirando aquel estallido de colores rojizos en el horizonte, mientras el mar se
lo iba tragando y luego los largos paseos
por la playa, allí estaban también mis perros.
De los dulces, me quedo con el azúcar, la canela y la
vainilla. Como pollitos, los niños
esperábamos en la cocina los pai-pai de caramelo de mamá cuando preparaba flan
para el postre.
La hierbabuena me lleva a la feria acompañando al caldito
del puchero, resucitaba y ¡EA! ¡Como nuevo! para empezar otra vez a cantar y
bailar.
También hay aromas que tras flotar en el aire van a quedarse
en las manos, esos me traen un recuerdo de amor.
.
Y conozco el olor de la añoranza, me llega al coger la gorra que usaba mi padre,
que aún me pongo y que cojo con cariño
entre mis manos, apretujándola en mi cara para abrazarla y una vez más sentir
que estoy junto a él, un hombre bueno que sabía hacernos reír y nos hizo muy
feliz. Nos enseñó por encima de todo a ser buenas personas.
El azahar en mis paseos por Sevilla, bajo un cielo azul con
nubes de algodón, ese es el olor de la primavera.
El de las castañas asándose en la calle, o el de la miel caliente
de la perola donde se fríen los pestiños, o del aceite humeante esperando los
buñuelos, me trae de vuelta a la Navidad. Un tiempo en que
vivimos más en familia, y que de manera entrañable siempre nos hace recordar, y
también me hace añorar hoy a los que ya no están.
El pasado Miércoles tuve una experiencia aromática que me ha marcado estos días. Haciendo el cambio de ropa de temporada, me encontré un pantalón corto de mi madre que me puse para ir a la playa. En el bolsillo aún se encontraba un pañuelo suyo -siempre tenía pañuelos por todos lados, bolsos, bolsillos...- Instintivamente me lo llevé a la nariz... increible, pero aún olía a ella, después de casi cinco años que hace que no la tenemos con nosotros. Llevo desde entonces con el pañuelo en la mano, sin soltarlo. Aunque no necesito nada para recordarla y sentirla cada día, es como si, de alguna forma, la tuviera conmigo en presencia física. La magia de los aromas
ResponderEliminarQué bonita vivencia, es entrañable. Un beso.
ResponderEliminarMi querida prima,nuestra pequeña Amparito Lucía: Solo con ver tu carita,me vienen recuerdos tan variados! Olfativos,visuales,táctiles
ResponderEliminarTu padre con su gracia insuperable,la cara y las maneras dulces de tu madre...Y tú con tu precioso cuerpecillo de niña volviéndole la gorra del revés a mi padre.Esos vestiditos que os bordaba vuestra madre y que tenian un tacto y un olor especial...Te deseo lo mejor querida niña; un beso y un abrazo fuertes de tu prima Rosario de Osuna
Otro grande para tí, mi querida Rosario. Gracias por traer recuerdos tan entrañables.
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