Estaba sentada en el suelo, en el bordillo de una estrecha
calle, a su lado una mendiga sostenía la botella de vino que compartían. Las
dos estaban tan ebrias que su chapurreo era desafinado y cada una en su idioma.
Es difícil describirlo sin que a la vez resulte un poco
cómico…. Se entendían bien, la mendiga decía palabras sueltas que recordaba en
su idioma y entre medias las dos no dejaban de insultarse, pero esto no parecía
importarles. En la acera de enfrente, un
amigo de la mendiga también beodo las observaba, y sólo entonces ellas se
aliaban para insultarle a él.
Su aspecto era caótico, debía hacer tiempo que no se
duchaba, pese su estado y los insultos me chocó su lenguaje culto.
Al verla, no pude dejar de preguntarme: Qué habría sucedido
para que ella estuviera allí sentada, en aquellas circunstancias, y si tendrían
cama esa noche en donde dormir la mona …
Lo cierto es que ya no pude dejar de pensar en ella y
mientras me alejaba, a cada paso surgían
preguntas,… ¿Qué ocurrió para que acabara en ese bordillo? Vino de vacaciones,
o por trabajo y le salió rana, o era una nómada y algo o alguien truncó sus
planes, ó se quedó sin blanca y no pudo volver,… o quizá no habría lugar a
donde regresar. El caso es que allí estaba, sentada en la acera junto a una
mendiga a la que seguramente no conocía compartiendo borrachera y destierro.
Regresé. Y ya no estaban.
Pero yo ya no pude olvidarme, y volví a darle vueltas a cómo
un avatar puede truncar de golpe nuestra vida para hacer girar un caos de bendición
o infierno encima nuestro. A veces, las circunstancias mandan de manera tan
hostil, que no es extraño entonces dejarse invadir por el desaliento. Otras
veces es la mente, la que nos lleva hasta un precipicio a pesar de las
circunstancias, ¿Cuál de los dos sería su caso?
Amparo Suárez.
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