(Imagen: Art. Jeremy Mann)
En Colorado Spring, una urbanización de casitas de la costa
cercana a un pequeño pueblo marinero, vivía Sol.
Aquella joven comunidad parecía cortada por un único patrón
sin el espíritu indomable propio de la edad. Al menos, así lo veía Sol.
Desde el decorado interior de las casas al el jardín en
donde los domingos por la mañana organizaban barbacoas era idéntico en todas
ellas. Eran de una clase acomodada que gusta que presumir de la vida que lleva,
y que aunque no puede permitirse mandar a los niños a estudiar al extranjero se
esfuerza por parecer que no es así. Las esposas merendando cada tarde todas
juntas en casa de una de ellas para contarse lo bien que vivían y que no tenían
nada que envidiar de “nadie”, y los sábados acudiendo a reuniones del Club. Y
los maridos trabajaban de sol a sol e iban a tomar una copa al Club.”
Pero de todo esto se fue alejando Sol.
Los cambios empezaron cuando Sol regresó a casa tras un accidente
de coche en el que estuvo a punto de perder la vida.
Primero dejó de ir a la oficina a trabajar, pero la empresa
le facilitó que pudiera hacerlo desde
casa.
Su nuevo yo quería hacerlo todo sola, despidió al servicio y
se ocupaba personalmente de todo, cuidaba de los hijos, de la casa, del jardín,
de todo ella sola.
Aquello corrió como la pólvora y nadie lo veía con buenos
ojos, era la comidilla de sus vecinos,
aquello “no” era lo propio.
Habían transcurrido dos años, y lo cierto es que a ella nunca
le importó lo que pensaran. Fue como si el accidente le hubiera dado la vuelta
como a un calcetín.
Y ahora daría lo que no tenía por ser como ese “pirata” de
Espronceda y llevar su vida…. Su marido decía que aquella mujer que había
vuelto tras el accidente era Sol por fuera y a su vez una completa desconocida.
Cada mañana desayunaba frente al portátil, una ventana por
la que volar lejos de aquel pestilente pueblo. Levaba anchas, y por unas horas
escapaba de su encorsetada vida.
Pensó elegir un nick, porque un pirata debe tener uno, y una
imagen se le vino a la cabeza:
Ella era una crisálida en medio de una metamorfosis que antes
también había sido una oruga.
Las oruga durante toda su existencia no hace más que comer,
engordar, seguir comiendo y engordar más, …Engorda tanto que la piel se les estrecha
de tal forma que no puede contenerla. Entonces, con la paciencia de un artesano,
teje un bello rincón desde el que renacer.
“Mariposa”, pronunció, mientras recordaba a aquellas bellas Monarca
que vio en el documental, esas valientes
hadas que iban en busca de un lugar desconocido. Le fascinaba el hecho de que cada nuevo año, una generación
acudiera exitosamente con la precisión de un relojero al mismo lugar, eran capaces
de recorrer miles de kilómetros sin errar.
Sol no quería ser ese triste payaso que recordaba de niña,
jamás pudo olvidarle, aquella mañana el circo al completo se había marchado sin
él, una mezcla de tristeza y asombro se dibujó en su cara, no dejaba de mirar
la explanada en dónde debía estar la carpa, pero frente a él sólo quedaba ya el
solar desierto. Era como si a pesar de la evidencia no pudiera creerlo.
¡Se aburría tanto, tantísimo!... Que los días y las noches
se juntaban como el fuelle del acordeón.
“Mariposa” se ha
registrado. Leyó.
Entonces mariposa tecleó la contraseña, y colocando bien los
dedos comenzó a volar pensó que por fin se
equilibraría con aquel desdoblamiento. Por lo menos así lo veía Sol.
Sus dos vidas se fueron alejando cada vez más la una de la
otra.
Y llegó un momento en que le preocupaba no poder seguir
adelante con las dos. Cada día pasaba más horas delante de la pantalla, y
estaba más lejos de allí. El mundo que
le daba alas no la sostenía en el real, la atrapaba y la llevaba cada vez más
lejos hacia un abismo en donde no había brazos a los que abrazar ni bocas a las
que besar. Estaba siendo víctima de su propio cambio, ahora se sentía más sola
que antes, su corazón se había llenado de melancolía y de un romanticismo que
no equilibraba por más que lo intentaba. No tenía pies ni cabeza, pensó que la
ilusión es una magia que no siempre puede materializarse, fantaseaba con la
idea de ser, pero le daba tanto miedo que cuando pensaba en las repercusiones se
paralizaba, además aquello sólo eran ilusiones, una especie de paranoia que
sufría su trastornado cerebro y le hacía ver cosas que no existían realmente.
Entonces se decía “ceñirse a los hechos para no perder
perspectiva es lo mejor”, lo hechos y sólo ellos, porque las palabras se las
lleva el viento pero los hechos están ahí, son
pruebas irrefutables.
A Sol, aquella aventura le había quitado el apetito, comenzó
a adelgazar a un ritmo asombroso. Por las mañanas salía a correr por la playa, aquel
ejercicio, fortalecía su mente apretando las carnes. Se cortó el pelo y se dió
mechas rubias para ocultar los pequeños truenos que asomaban ya en su cabello.
Y comenzó a ir a clases de Yoga para armonizar sus demonios y encontrar la paz
interior que perdía en aquel pueblo.
Ella antes, nunca habría usado vaqueros, ni salido en
camiseta a correr, pero ahora le importaba un comino lo que pensaran las otras
de ella. Sus miradas lo decían todo sin decir nada, y podía imaginar que era el
tema de conversación cada vez que se reunían. Las hacía un favor no acudiendo,
porque así tenían tema del que hablar.
A ella ya sólo le importaba el amor, el amor ingobernable
que entró por esa ventana como un
maremoto derribándolo todo, e
instalándose en su ser se adueñó de toda ella. Un amor que no tenía cara, ni
cuerpo, pero a la vez hermoso, sexy… Y la había salvado de su desidia y
devuelto sus ganas de vivir, se incendiaba como fuego que arde sin consumirse.
Y entonces creyó encontrar la solución, se le ocurrió que
podría llevar todo aquel sentimiento, toda aquella pasión, a su vida real.
Quizá cambiaría la monotonía en la que se había convertido todo. No sabía si
aún quería permanecer junto a ese hombre con el que antes había compartido
tantas cosas, y a la vez quería encontrar de nuevo a ese hombre del que un día se enamoró. Se separaron
tanto, que eran dos extraños con una
vida en común, y estaba segura de que no sólo era ella la que lo pensaba,
estaba segura de que si ninguno de los dos había tirado la toalla aún, era
porque de alguna manera esperaban que algún milagro de última hora, lo arreglara.
Aquella mañana sonó el teléfono, Juanito se había caído, ella salió de casa hasta el colegio. Pasaron
la mañana en el hospital, y le pusieron una escayola.
Su marido llegó a casa antes de que ellos regresaran. El
portátil estaba encendido y él se acercó para bajar la tapa, en la pantalla había
una carta a medio escribir….y casi sin darse cuenta comenzó a leerla….
Cuando Sol regresó, notó que tenía la mirada fría, indiferente,
y estaba muy serio. Pasaban por tantos problemas que él por evitarle a ella más
disgustos procuraba no contarle cosas. Así lo veía Sol.
Desde ese día, se distanciaron más, y aceptaron la evidencia
de no poder cambiar las cosas resignados.
La mujer que se fue no volvería a ser la misma de antes… y
él leyó la carta, pero no se lo dijo porque no la aceptaba como era. Aquellas
líneas eran los sueños de una mujer rota que está queriendo arreglarse.
Y es que siempre es más fácil hacer un nudo que deshacerlo.
Amparo Suárez.
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