viernes, 21 de febrero de 2014

Ve y dale el pésame por mí


Llegué un poco tarde, pero yo siempre llego un poco tarde a los sitios, una mala costumbre que “cogí” de chico, ya sabe, algunos hábitos nos quedan para toda la vida.

Por descontado que allí no conocía a nadie, ni a la pobre viuda, a la que no veía por ningún lado, según me dijeron más tarde, se fue no se sabe a donde,  ni cuando volvería, pero la misa seguía en pié.
Me habría gustado dejarle a otro el cumplido de mi amigo para la viuda y poder marcharme, que era lo que estaba deseando hacer desde que llegué, pero me aguanté y esperé, esperé dando vueltas por los pasillos.

Es curiosa la manera en la que te devuelven la mirada en los entierros, supongo que para decidir si acercarse a ti o sólo asentir con la cabeza dándote un pequeño saludo, o directamente ignorarte porque tú no eres de los que ha venido a su mismo entierro, es todo un arte.

Sentí unas ganas inmensas de salir a la calle a fumarme un cigarro, y así entretenerme con algo hasta la hora del responso.   

Delante de la fachada del edificio, había unos bancos de hierro, me senté en uno casi de esquina un poco apartado del resto a echar un cigarrito. Liarme mi tabaco siempre calma mis nervios.

¡Pesado wassap! Pensé.  No dejó de dar avisos. Y cada vez que se oía un silbido todos  mirábamos el móvil para ver si había sido el nuestro. Abrí la aplicación y me puse a revisar los mensajes y hasta llegué a olvidarme en aquél momento de en donde me encontraba.

Cuando por fin pude relajarme, mi nariz se llenó de un intenso olor a jazmines, era  rancio, de esos que resultan desagradables, sólo ellas suelen usar ese tipo de perfumes, seguí haciéndome el distraído con el móvil y ví sus zapatos ortopédicos y su bolso estilo años cuarenta auténtico, supe que la cosa se complicaría si abría la boca, no levanté la cabeza, no quería conversación. Pero ella pasando por alto éste detalle,  me dijo:

“¿Ha venido usted al entierro verdad?”  Sin ni si quiera darme ni los buenos días.
“Sí”  le dije secamente esperando que aquellas fueran nuestras últimas palabras, pero a ella, no pareció importarle lo más mínimo.
“Pobre Lola -Continuó, -no sabe el mal rato que hemos pasado, se la han tenido que llevar a que el médico la vea, un “síncope”, ¿se puede creer?  Al verla en el suelo pensé  que se nos iba detrás de él.  ¡Claro, la pobre mía ni come, ni bebe nada desde no sé cuándo! No he visto a nadie llorar tanto, ni con tanta pena nunca, nunca, ….
¿Es usted familia?”

-No, yo … –le dije.

“Yo tampoco,  pero soy muy amiga, íntima de Lola…, bueno y del pobre Sebastián  en paz descanse, ¡Ay dios! ¡Ha sido tan de repente que cuesta hacerse a la idea, imagínese, anteayer mismo estábamos en su casa jugando la partida de mus como todos los Martes noche de todas las semanas. ¡Qué gran persona Sebastián!  -dijo cogiendo aire y dejándome con la palabra en la boca -Los dos,… , ¡Estaban tan unidos! Recuerdo aquella vez que fuimos juntos a la playa, en esos hoteles que te lo ponen todo por delante, dan bailes por la noche, hay gimnasia por la mañana y haces excursiones por la tarde…. ¡Cómo lo pasamos! –Siguió diciendo sin prestar atención a si yo la escuchaba o no -A Sebastián le gustaba mucho apuntarse a estas excursiones, ¿las conoce? Son para los de nuestra edad, bueno de la mía, jovencito. … -siguió, mientras notaba cómo me miraba de arriba a abajo sacando los ojos por encima de sus gafas -Lo mejor las comidas… ¡Qué homenajes nos hemos dado! , ¡Ay!,  ¡no lo olvidaré!, ¡Al pobre de Sebastián le encantaba comer!  Y los desayunos allí, eran como los almuerzos ¿Se puede creer usted que nos ponían lentejas con Cava? Como si a esas horas pudiera uno comerse un plato de pringá con lentejas, ahora que, los extranjeros,  ¿eh?, ¡Ésos, ésos se lo comían todo! Nosotros ni hablar, nosotros lo que toda la vida, una buena tostada de pan con aceite, sin ajo, “no porque no guste”, ya sabe, sino porque luego se queda ese olor en la boca que no se le quita uno con nada. ¡Ah! Y por descontado café, un  “descafeinado”  cortito, muy cortito de café. Que hay que vigilar  la tensión, el médico me ha dicho que la pastilla sola no hace milagros, que yo tengo que hacer el resto…Los milagros no existen ya ve lo del pobre Sebastián. ¡Qué lástima! ¡Con lo que se cuidaba! Como que esta vida es un valle de lágrimas….¡y que no les pase nada a tantísimo canalla suelto  y sinvergüenza que andan por ahí!..., ellos,  ¡ahí! Mangoneando ¡Mancha de malasangre!, siempre son  lo buenos los que se van, ¡Ay! Cristo de la Divina Redención, escucha las súplicas de tu sierva y líbranos de tanto mal bicho….¿Qué.. ..?
“Se, ….seño…, ¡¡¡¡Señoraaa!!!!  ¿De qué me está usted hablando?, no sé si ése alguien por el que yo estoy aquí,  tomará pastillas para la tensión y mucho menos si se iba o no de excursión con el “inserso”…. pero le aseguro no se llamaba Sebastián. Hará más de una media hora que me terminé el cigarro, la misma,  que llevo intentando decirle que tenemos que irnos, … “¡Vaya usted con dios Señora! Y aligérese que ni usted,  ni yo,  llegaremos ya a la misa de Sebastián, y el padre de mi compañero”


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