Llegué un poco tarde, pero yo siempre llego un poco tarde a los sitios, una mala costumbre que “cogí” de chico, ya sabe, algunos hábitos nos quedan para toda la vida.
Por descontado que allí no conocía a nadie, ni a la pobre
viuda, a la que no veía por ningún lado, según me dijeron más tarde, se fue no
se sabe a donde, ni cuando volvería,
pero la misa seguía en pié.
Me habría gustado dejarle a otro el cumplido de mi amigo
para la viuda y poder marcharme, que era lo que estaba deseando hacer desde que
llegué, pero me aguanté y esperé, esperé dando vueltas por los pasillos.
Es curiosa la manera en la que te devuelven la mirada en los
entierros, supongo que para decidir si acercarse a ti o sólo asentir con la
cabeza dándote un pequeño saludo, o directamente ignorarte porque tú no eres de
los que ha venido a su mismo entierro, es todo un arte.
Sentí unas ganas inmensas de salir a la calle a fumarme un
cigarro, y así entretenerme con algo hasta la hora del responso.
Delante de la fachada del edificio, había unos bancos de
hierro, me senté en uno casi de esquina un poco apartado del resto a echar un
cigarrito. Liarme mi tabaco siempre calma mis nervios.
¡Pesado wassap! Pensé. No dejó de dar avisos. Y cada vez que se oía
un silbido todos mirábamos el móvil para
ver si había sido el nuestro. Abrí la aplicación y me puse a revisar los
mensajes y hasta llegué a olvidarme en aquél momento de en donde me encontraba.
Cuando por fin pude relajarme, mi nariz se llenó de un intenso olor a
jazmines, era rancio, de esos que
resultan desagradables, sólo ellas suelen usar ese tipo de perfumes, seguí
haciéndome el distraído con el móvil y ví sus zapatos ortopédicos y su bolso
estilo años cuarenta auténtico, supe que la cosa se complicaría si abría la
boca, no levanté la cabeza, no quería conversación. Pero ella pasando por alto éste detalle, me dijo:
“¿Ha venido usted al entierro verdad?” Sin ni si quiera darme ni los buenos días.
“Sí” le dije secamente
esperando que aquellas fueran nuestras últimas palabras, pero a ella, no
pareció importarle lo más mínimo.
“Pobre Lola -Continuó, -no sabe el mal rato que hemos
pasado, se la han tenido que llevar a que el médico la vea, un “síncope”, ¿se
puede creer? Al verla en el suelo pensé que se nos iba detrás de él. ¡Claro, la pobre mía ni come, ni bebe nada
desde no sé cuándo! No he visto a nadie llorar tanto, ni con tanta pena nunca,
nunca, ….
¿Es usted familia?”
-No, yo … –le dije.
“Yo tampoco, pero soy
muy amiga, íntima de Lola…, bueno y del pobre Sebastián en paz descanse, ¡Ay dios! ¡Ha sido tan de
repente que cuesta hacerse a la idea, imagínese, anteayer mismo estábamos en su
casa jugando la partida de mus como todos los Martes noche de todas las
semanas. ¡Qué gran persona Sebastián! -dijo
cogiendo aire y dejándome con la palabra en la boca -Los dos,… , ¡Estaban tan
unidos! Recuerdo aquella vez que fuimos juntos a la playa, en esos hoteles que
te lo ponen todo por delante, dan bailes por la noche, hay gimnasia por la
mañana y haces excursiones por la tarde…. ¡Cómo lo pasamos! –Siguió diciendo
sin prestar atención a si yo la escuchaba o no -A Sebastián le gustaba mucho
apuntarse a estas excursiones, ¿las conoce? Son para los de nuestra edad, bueno
de la mía, jovencito. … -siguió, mientras notaba cómo me miraba de arriba a
abajo sacando los ojos por encima de sus gafas -Lo mejor las comidas… ¡Qué homenajes nos hemos dado! , ¡Ay!, ¡no lo olvidaré!, ¡Al
pobre de Sebastián le encantaba comer! Y
los desayunos allí, eran como los almuerzos ¿Se puede creer usted que nos ponían
lentejas con Cava? Como si a esas horas pudiera uno comerse un plato de pringá con lentejas, ahora que, los extranjeros, ¿eh?, ¡Ésos, ésos se lo comían todo! Nosotros
ni hablar, nosotros lo que toda la vida, una buena tostada de pan con aceite, sin
ajo, “no porque no guste”, ya sabe, sino porque luego se queda ese olor en la boca
que no se le quita uno con nada. ¡Ah! Y por descontado café, un “descafeinado” cortito, muy cortito de café. Que hay que
vigilar la tensión, el médico me ha
dicho que la pastilla sola no hace milagros, que yo tengo que hacer el resto…Los
milagros no existen ya ve lo del pobre Sebastián. ¡Qué lástima! ¡Con lo que se
cuidaba! Como que esta vida es un valle de lágrimas….¡y que no les pase nada a tantísimo
canalla suelto y sinvergüenza que andan
por ahí!..., ellos, ¡ahí! Mangoneando ¡Mancha
de malasangre!, siempre son lo buenos los
que se van, ¡Ay! Cristo de la Divina
Redención , escucha las súplicas de tu sierva y líbranos de
tanto mal bicho….¿Qué.. ..?
“Se, ….seño…, ¡¡¡¡Señoraaa!!!! ¿De qué me está usted hablando?, no sé si ése alguien
por el que yo estoy aquí, tomará pastillas
para la tensión y mucho menos si se iba o no de excursión con el “inserso”….
pero le aseguro no se llamaba Sebastián. Hará más de una media hora que me terminé el cigarro, la
misma, que llevo intentando decirle que
tenemos que irnos, … “¡Vaya usted con dios Señora! Y aligérese que ni usted, ni yo,
llegaremos ya a la misa de Sebastián, y el padre de mi compañero”