El teléfono no paraba de sonar y terminó por saltar el
contestador automático, pero a Ernesto le daba igual.
- Sr. Ernesto, somos del hospital le recordamos nuevamente la
cita de mañana a la 13:45 y que debe usted confirmarnos su asistencia, hágalo a través
de este mismo número. Nuestro horario es de
8:00 a 18:00 ininterrumpidamente.
Estaba tomando el primer café de la mañana. La música sonaba
de fondo en su equipo y movía los dedos sobre la mesa acompañando el ritmo de
la melodía.
Mirando por la ventana veía qué tiempo hacía, eso sí que le
interesaba…. El cielo claro y
completamente despejado, no cabía duda de que era un buen día para
echarse a la calle. Debía hacer ejercicio físico para ir desentumeciendo su
cuerpo si quería recuperar el tono muscular, y mejorar la calidad de vida que
ahora encontraba limitada. Pero antes no estaría de más mirar un poco la
información recabada en su portátil. Esta vez no se le echaría el tiempo encima
pondría la alarma para marcar el tiempo de lectura y no sobrepasarlo ni un segundo
más.
-
¿Dónde leí aquello?
Mientras abría los documentos que había ido almacenando
releía por encima buscando nombres de
personas con las que contactar. Pero claro eso no sería fácil, allí no había
nombres de pacientes. Pero sí de los Doctores. Tenía que ser selectivo, si se dejaba
llevar por alguno de los link que había visto buscando sobre el tema a saber a donde le llevarían. Había mucho gurú rodeando a este
tipo de experiencias y pensó que lo peor que le podía pasar en un momento tan crucial para él era perderse en el camino. Tenía ganas de entender, saber,
pero ese conocimiento que ansiaba se veía siempre mediado por su manera de ser y eso hacía que la búsqueda fuera muy selectiva.
Amanecía, al abrir los ojos y ver la mesa pensó que había
pasado toda la noche delante del portátil, sintió las manos entumecidas.
Sacudiendo los brazos se levantó para
estirar todo el cuerpo pensando que no
merecía la pena el castigo que le había dado aquella noche. Encontró gracia en
sus pensamientos y sonriendo fue a buscar un café a la cocina. De camino a ella
conectó el contestador automático y escuchó el mensaje del hospital. Tenía una
cita hoy a medio día a la que no debía faltar pero aún no les había llamado
para confirmarla. Así que descolgó el teléfono e hizo lo propio. ¡A saber qué
le harían allí!, no estaba dispuesto a servir de conejillo de indias para sus
investigaciones, que le escanearan su cerebro o cualquier otra cosa por el
estilo no le hacía mucha gracia.
Y fue allí donde la casualidad quiso que nos encontráramos,
yo estaba librando una batalla distinta de la suya, enfadado y malhumorado me
encontraba en la ventanilla de información, mi cuerpo se había empeñado en
enfermar y aún no había sanado del todo. Así que allí me encontraba yo, había
ido a conocer el resultado de sus progresos. Lo que ignorábamos ambos aún era
que a partir de aquel instante absurdo en el que nos conocimos ya recorreríamos
juntos parte del camino.
Muy a pesar de él, daría
a parar con lo que él mismo daba en llamar “un loquero
de la mente”. Y aún a pesar del rechazo
que en principio el hecho pudiese provocarle lo que lo hizo saltárselo y llegar
a aceptarme como amigo fue algo con lo que tampoco contó, precisamente ese loquero era un controvertido
hombre que se debatía en luchas que pasaban por lo humano y lo divino.
Aún no sé si lo que nos hizo a uno reparar en el otro fue
producto de la casualidad o formaba parte de la causalidad de la vida, pero el
caso es que allí y de aquella manera se propició nuestro primer encuentro…
Enfadado yo, por la tardanza y lo en vano que era obtener
resultados decidí hacer la espera más
liviana y me hallé protestando en una ventanilla del hospital por hacer notar
mi queja. El hecho: una analítica que debía llevar días allí esperándome, ahora, parecía estar en paradero desconocido. Y no
vais a creerme pero yo no suelo ser así de malhumorado ni de intransigente, aquella tarde la inutilidad la espera
malgastada en obtener unos resultados fuera de fecha me sacó de quicio. Supongo
ahora que la lejanía de este recuerdo me hace ver que debí tener un mal día y
decidí hacerlo pagar.
Ernesto estaba a mi lado, detrás mía esperando que le
indicaran la sala en la que debía ir a
esperar para ir a su consulta médica. Y pudo presenciarlo todo.
-
Olvídelo, sólo necesito ya que me confirme en su
ordenador si la analítica está grabada en mi historia, y vendré otro día para
que me den la copia, No se moleste en decirme que no tengo derecho a llevarme
los resultados de las pruebas que me haya hecho el hospital. Usted por favor
mire, si es posible, lo que le dije.
-
Si señor. La analítica está y su médico podrá verla.
-
Gracias, y espero se le de mejor el día con usted al
que viene detrás de mí, buenos días.
Y diciendo esto me fui y la dejé todavía más estresada de lo
que ya estaba.
Ernesto guardaba en su forma de ser aún ese sentido del
derecho y de que las cosas siempre debían hacerse sin que ocasionaran un
perjuicio a la persona a la que se atendía, sin restar ni un ápice de sus
derechos. Y le debió parecer que éste era el caso, entonces hizo lo que en
condiciones normales no habría hecho: en lugar de seguir metiendo la puya a la
mínima oportunidad cuando le hubiera sacado el tema la señorita del mostrador,
la ignoró y dirigió su atención hacia mí.
-
Perdone. Al parecer se maneja usted bien en estos
asuntos, mi nombre es Ernesto Bend. Aunque no nos conocemos espero que no le
importe que le pregunte qué es lo que le ha hecho esa señorita para que haya
sido usted tan tremendamente grosero con ella.
-
Ya ve, no me costó nada, ni a usted tampoco voy a
cobrarle. Lo hice completamente gratis. Es lo que nosotros damos en llamar una
pequeña clase de autoayuda.
-
¿Nosotros, a
caso tiene usted un gemelo y yo no puedo verle ahora?
-
No sea irónico, sabe de sobra que me refería a los de
mi gremio.
-
Ah, ya entiendo. Ahora, tiene para mí una explicación.
Es usted como los de su gremio. El típico “loquero” que cuando se le pide
consejo calla y cuando no abusa de su
verborrea para descolocar al que tiene en frente. ¿verdad?
-
Por favor, adoro la alta estima en la que usted nos
tiene, siga, siga.
-
Parece que esto le divierte, hace un momento no parecía
usted tan animado.
-
Uno se anima dependiendo de lo que ve frente a él, así
son las cosas amigo mío.
-
¿Amigo mío?, jajaja, en fin no voy a perder más mi
tiempo con usted.
-
En realidad, ocurre todo lo contrario Sr.….¿Ernesto?, ustedes tienen la opinión de que su tiempo expendido
en terapia es oro mal gastado, yo se lo dí gratis, ¿no lo considera usted así?.
Sin decir nada más se fue alejando de mí y tuvo de nuevo que
esperar turno en la ventanilla que había abandonado. Así fue nuestro primer
encuentro.
Yo pasé a saludar a mi amigo, el estimado y reputado neurólogo con el que
compartía experiencias de nuestra investigación conjunta. Y la casualidad quiso
de nuevo que Ernesto y yo volviésemos a vernos esperando al mismo doctor. Su
cara era todo un poema y a mí me divirtió mucho volver a encontrarme con él de
nuevo. Le noté incómodo, no paraba de mirar a un “tablet” que parecía tener pegado a la mano.
No quise entonces incomodarle e intenté que recuperara su
espacio haciendo yo como que no me había dado cuenta de que él estaba allí
esperando. Así que desvié toda la atención hacia la sala de al lado y me fui a
esperar a que mi colega terminase sus asuntos que ahora le tenían ocupado.
Anoté el nombre de Ernesto en mis folios para
preguntarle porqué él estaba por allí. Y salí de la sala para esperar a
verle en mejor ocasión.
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