lunes, 9 de abril de 2012

Despertares.Cap.4 "Para mis "Guerrer@s de la Luz"


El teléfono no paraba de sonar y terminó por saltar el contestador automático, pero a Ernesto le daba igual.

-         Sr. Ernesto, somos del hospital le recordamos nuevamente la cita de mañana a la 13:45 y que debe  usted confirmarnos su asistencia, hágalo a través de este mismo número. Nuestro horario es de  8:00 a 18:00 ininterrumpidamente.

Estaba tomando el primer café de la mañana. La música sonaba de fondo en su equipo y movía los dedos sobre la mesa acompañando el ritmo de la melodía.

Mirando por la ventana veía qué tiempo hacía, eso sí que le interesaba…. El cielo claro y  completamente despejado, no cabía duda de que era un buen día para echarse a la calle. Debía hacer ejercicio físico para ir desentumeciendo su cuerpo si quería recuperar el tono muscular, y mejorar la calidad de vida que ahora encontraba limitada. Pero antes no estaría de más mirar un poco la información recabada en su portátil. Esta vez no se le echaría el tiempo encima pondría la alarma para marcar el tiempo de lectura y no sobrepasarlo ni un segundo más.

-         ¿Dónde leí aquello?

Mientras abría los documentos que había ido almacenando releía por encima buscando  nombres de personas con las que contactar. Pero claro eso no sería fácil, allí no había nombres de pacientes. Pero sí de los Doctores. Tenía que ser selectivo, si se dejaba llevar por alguno de los link que había visto buscando sobre el tema a saber  a donde le  llevarían. Había mucho gurú rodeando a este tipo de experiencias y pensó que lo peor que le podía pasar en un momento tan crucial para él era perderse en el camino. Tenía ganas de entender, saber, pero ese conocimiento que ansiaba se veía siempre mediado por su manera de ser y eso hacía que la búsqueda fuera muy selectiva.



Amanecía, al abrir los ojos y ver la mesa pensó que había pasado toda la noche delante del portátil, sintió las manos entumecidas. Sacudiendo  los brazos se levantó para estirar  todo el cuerpo pensando que no merecía la pena el castigo que le había dado aquella noche. Encontró gracia en sus pensamientos y sonriendo fue a buscar un café a la cocina. De camino a ella conectó el contestador automático y escuchó el mensaje del hospital. Tenía una cita hoy a medio día a la que no debía faltar pero aún no les había llamado para confirmarla. Así que descolgó el teléfono e hizo lo propio. ¡A saber qué le harían allí!, no estaba dispuesto a servir de conejillo de indias para sus investigaciones, que le escanearan su cerebro o cualquier otra cosa por el estilo no le hacía mucha gracia.

Y fue allí donde la casualidad quiso que nos encontráramos, yo estaba librando una batalla distinta de la suya, enfadado y malhumorado me encontraba en la ventanilla de información, mi cuerpo se había empeñado en enfermar y aún no había sanado del todo. Así que allí me encontraba yo, había ido a conocer el resultado de sus progresos. Lo que ignorábamos ambos aún era que a partir de aquel instante absurdo en el que nos conocimos ya recorreríamos juntos parte del camino.

 Muy a pesar de él, daría a parar con lo que él mismo daba en llamar  “un  loquero de la mente”.  Y aún a pesar del rechazo que en principio el hecho pudiese provocarle lo que lo hizo saltárselo y llegar a aceptarme como amigo fue algo con lo que tampoco contó,  precisamente ese loquero era un controvertido hombre que se debatía en luchas que pasaban por lo humano y lo divino.

Aún no sé si lo que nos hizo a uno reparar en el otro fue producto de la casualidad o formaba parte de la causalidad de la vida, pero el caso es que allí y de aquella manera se propició nuestro primer encuentro…

Enfadado yo, por la tardanza y lo en vano que era obtener resultados decidí hacer la espera  más liviana y me hallé protestando en una ventanilla del hospital por hacer notar mi queja. El hecho: una analítica que debía llevar días allí esperándome,  ahora,  parecía estar en paradero desconocido. Y no vais a creerme pero yo no suelo ser así de malhumorado ni de intransigente,  aquella tarde la inutilidad la espera malgastada en obtener unos resultados fuera de fecha me sacó de quicio. Supongo ahora que la lejanía de este recuerdo me hace ver que debí tener un mal día y decidí hacerlo pagar.

Ernesto estaba a mi lado, detrás mía esperando que le indicaran la sala en la que debía  ir a esperar para ir a su consulta médica. Y pudo presenciarlo todo.

-         Olvídelo, sólo necesito ya que me confirme en su ordenador si la analítica está grabada en mi historia, y vendré otro día para que me den la copia, No se moleste en decirme que no tengo derecho a llevarme los resultados de las pruebas que me haya hecho el hospital. Usted por favor mire, si es posible, lo que le dije.
-         Si señor. La analítica está y su médico podrá verla.
-         Gracias, y espero se le de mejor el día con usted al que viene detrás de mí, buenos días.

Y diciendo esto me fui y la dejé todavía más estresada de lo que ya estaba.
Ernesto guardaba en su forma de ser aún ese sentido del derecho y de que las cosas siempre debían hacerse sin que ocasionaran un perjuicio a la persona a la que se atendía, sin restar ni un ápice de sus derechos. Y le debió parecer que éste era el caso, entonces hizo lo que en condiciones normales no habría hecho: en lugar de seguir metiendo la puya a la mínima oportunidad cuando le hubiera sacado el tema la señorita del mostrador, la ignoró y dirigió su atención hacia mí.

-         Perdone. Al parecer se maneja usted bien en estos asuntos, mi nombre es Ernesto Bend. Aunque no nos conocemos espero que no le importe que le pregunte qué es lo que le ha hecho esa señorita para que haya sido usted tan tremendamente grosero con ella.
-         Ya ve, no me costó nada, ni a usted tampoco voy a cobrarle. Lo hice completamente gratis. Es lo que nosotros damos en llamar una pequeña clase de autoayuda.
-         ¿Nosotros,  a caso tiene usted un gemelo y yo no puedo verle ahora?
-         No sea irónico, sabe de sobra que me refería a los de mi gremio.
-         Ah, ya entiendo. Ahora, tiene para mí una explicación. Es usted como los de su gremio. El típico “loquero” que cuando se le pide consejo calla y cuando no  abusa de su verborrea para descolocar al que tiene en frente. ¿verdad?
-         Por favor, adoro la alta estima en la que usted nos tiene, siga, siga.
-         Parece que esto le divierte, hace un momento no parecía usted tan animado.
-         Uno se anima dependiendo de lo que ve frente a él, así son las cosas amigo mío.
-         ¿Amigo mío?, jajaja, en fin no voy a perder más mi tiempo con usted.
-         En realidad, ocurre todo lo contrario Sr.….¿Ernesto?,  ustedes tienen la opinión de que su tiempo expendido en terapia es oro mal gastado, yo se lo dí gratis, ¿no lo considera usted así?.

Sin decir nada más se fue alejando de mí y tuvo de nuevo que esperar turno en la ventanilla que había abandonado. Así fue nuestro primer encuentro.

Yo pasé a saludar a mi amigo,  el estimado y reputado neurólogo con el que compartía experiencias de nuestra investigación conjunta. Y la casualidad quiso de nuevo que Ernesto y yo volviésemos a vernos esperando al mismo doctor. Su cara era todo un poema y a mí me divirtió mucho volver a encontrarme con él de nuevo. Le noté incómodo, no paraba de mirar a un  “tablet” que parecía tener pegado a la mano.


No quise entonces incomodarle e intenté que recuperara su espacio haciendo yo como que no me había dado cuenta de que él estaba allí esperando. Así que desvié toda la atención hacia la sala de al lado y me fui a esperar a que mi colega terminase sus asuntos que ahora le tenían ocupado. Anoté el nombre de Ernesto en mis folios para  preguntarle porqué él estaba por allí. Y salí de la sala para esperar a verle en mejor ocasión.

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