Y cada vez que escribo pienso en ojos, miradas que
cortocircuitan mis dedos en el teclado. Supongo que soy un hombre dentro de
otros, quizá un día pueda convencerle, que lo suyo, no es locura, sino
imaginación.
Andrés, cerró el cuaderno lo guardó en el bolsillo de su
chaqueta y dió otro empujón a la maleta, esta vez, quedó tan lejos, que ahora
parecía abandonada, “¿Y si vinieran a por ella? …. ¡Ojala!”.
De todos modos, era incapaz de perderla de vista.
La megafonía, anunció que el tren con destino a Córdoba, estaba
a punto de hacer su salida, era el que Andrés esperaba y que le llevaría de regreso a casa.
Salir de la rutina lo alteraba, y entonces, sufría cambios
de humor. Soñador y algo melancólico, refugiaba su timidez en soledad, porque
ésta, lo avergonzaba la mayoría del tiempo, y delante de otros, siempre le
transformaba en un ser extravagante y estúpido…. Desde que recordaba, había
tenido problemas para relacionarse con los demás, así que buscó refugio en la
escritura, y aprendió a desahogarse en el papel, allí, su imaginación navegaba
dejando estelas de tinta sobre hojas y
más hojas, construyendo vidas ajenas. De esta manera, experimentaba lo que
pensaba serían las sensaciones de otros.
Seis meses atrás, Andrés, decidió enviar por correo, a su agente
literario, un guión, en el que había trabajado durante años. Ésta, no era la
primera vez que le mandaba textos, pero su agente, de todas las cartas que
Andrés enviaba, sólo respondió a la primera con otra breve en la que le decía
que podía seguir enviando sus obras, pero que ellos, sólo le informarían nuevamente,
en el caso de que decidieran publicar algo suyo.
Por fin un día recibió una segunda carta. Su agente, le
animaba a que se conocieran personalmente, le había enviado un billete de
tren, insistiéndole en lo conveniente
que sería para su carrera que viniera a Madrid. También le informó de que ese
guión suyo, había gustado mucho a una compañía cinematográfica con la que él, ya había hablado personalmente. Ellos, querrían
saber si su autor estaría dispuesto a que se le hicieran algunas adaptaciones
al original. Y como representante y agente suyo que era, le propusieron concertar
una cita con el escritor, para conocerle personalmente lo antes posible.
Era la primera vez desde el divorcio que salía de la ciudad,
“Todo fue bien, .. , aunque creí que me
darían un adelanto económico,… , pero mi
rosa…. mi rosa… he perdido a mi rosa….”
Iba en el asiento del tren, y no conseguía alejarlo de su
mente…
…Acababa de llegar a la estación y se fue a tomar una tila
al bar, aún era pronto, y decidió
quedarse un rato más.
A veces sufría ataques persistentes de tos, que llamaban la
atención, como la del camarero, que no dejó de mirarlo de reojo. Le trajo a
Andrés, dos vasos de agua, para ver si eso, lo ayudaba. Pero la tos no cesaba, y
volvió con un par de caramelos.
Andrés no paraba de toser, cada vez le resultaba más
incómodo quedarse allí, así que recogió la maleta y se fue a buscar un banco en
donde esperar la llegada de su tren.
Sólo llevaba un momento sentado en el banco, cuando sintió
unas ganas tremendas de ir al baño y entonces pensó en qué hacer con su maleta,
mirándola, recordó que la compró para su viaje de novios hacía más de treinta
años, era enorme, rectangular, rígida, y de asas cortas. Para portearla, debía
cogerla por sus asas….., no podía dejarla allí sola, y se la llevó al baño.
En los aseos, sólo había un servicio que tuviera puerta, era
estrecho, y su suelo estaba lleno de
charcos. Él, que aún más desconfiado que tímido, entró en el servicio con la
maleta a pulso y la sujetó, entre su rodilla y la pared, intentando no perder
el equilibrio. La maleta resbaló, él, quiso
alcanzarla antes de que cayese al suelo, y entonces se puso perdidos los
pantalones, y la maleta cayó al suelo mojándose también.
El agua del lavabo, salía presionando el pulsador, sin
soltarlo. Andrés, arrimó la maleta al lavabo pero entonces aflojaba la presión
sobre el pulsador y agua se cortaba….
Habría seguido intentándolo, y hasta lo habría logrado, pero
pensó en lo que dirían de él si le vieran así, con los pantalones por la
rodilla y la maleta en la mano, y abandonó todo intento…. Al salir, se cruzó en
la puerta con dos zagalones, y se dijo… ¡Menos mal!
En el banco, el olor que despedían los pantalones y la
maleta, apestaba a kilómetros…, cabizbajo, se cruzó de piernas y le pegó un puntapié
a la maleta, no fuera a ser, se dijo, que pensar en aquello, otra vez, le diera
ganas de volver al baño. …Y entonces la vió. Sólo había visto una flor como
aquella en las revistas de cine, o en las películas…Y caminaba en dirección a su banco.
Las mejillas, comenzaron a calentárseles a la vez que las
orejas. Pero entonces, reparó en el olor, y evitó el desencuentro saliendo a su
encuentro.
“Señorita,” le dijo “no creo que deba sentarse allí,…sin más
preámbulos, sepa usted que toda la vida
he soñado con que una rosa tan bonita, se sentara en mi banco…., y fíjese ¡cómo
me suceden a mi las cosas en la vida!…., cuando por fin va a sentarse a mi lado…
le he de decir: ¡Señorita, lárguese a otro banco, que hoy, todo lo mío apesta!”
Amparo Suárez.
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