martes, 12 de febrero de 2013

El amor de Violeta


Violeta no pudo soportar más la espera, salió del piso hasta el ascensor, nerviosa, pulsaba insistentemente el botón de llamada. Llevaba cinco días sin saber de él. Desde aquél fatídico día en el que no pudiendo  resistirse se dejó llevar por un impulso irrefrenable y agarrándose a su cuello, le besó en los labios, sin importarle que estuviesen en medio del portal. Luego, apartó los labios de su boca y esperó a ver su reacción. Él permanecía sin moverse en frente, con una expresión que a ella le pareció de ternura y estuvieron así unos segundos. Hasta que apartó la mirada y caminó hacia el ascensor, se giró una última vez y le dijo  -Adiós, Violeta –


Aquel hombre ya estaba comprometido, pero y qué ella no iba a robárselo, sólo lo compartiría,  era el hombre de su vida, su salvador, lo habían dicho las cartas, también, que habría impedimentos, pero él al fin sería libre.
Pensaba que ahora más que nunca tenía que demostrarle que ella no tenía miedo al qué dirán y tampoco a su fe. Que estaba dispuesta a todo. Estas cosas pasaban, le habían pasado a otros, pero el amor todo lo podía y tendrían que darle la libertad. ¿Pero y si él no la quería?... sabía que no debía pensar en eso.

Mientras el ascensor subía se miró al espejo, su pelo parecía aún más blanco a causa de la luz blanquecina de la cabina, dejaba a la vista las arrugas de la cara, las bolsas bajo los ojos, algún que otro pelillo del mentón…. con las manos tiraba de la piel de sus mejillas en dirección a las orejas,  y las pellizcaba para hacer salir el color en sus pómulos. Sacó del bolsillo de su vestido un pequeño lápiz de ojos que mojó con la punta de la lengua y los perfiló con él. Estaba orgullosa de su escote, y se abrió un poco más el botón.

La puerta del ascensor se abrió y ella salió pisando fuerte. Un joven le abrió la puerta invitándola a pasar.

-No, no, sólo quiero saber si está aquí tu tío. Necesito hablar con él.
- Está en la diócesis. …
Ella, dio media vuelta para marcharse.
-¿Pero no vas a pasar?
-Ah! No. Sé que estás de exámenes, y yo tengo mucho que hacer también,… pero,  ¿sabes cuándo volverá?
-Creo que esta semana, estará yendo y viniendo,  porque no ha terminado de recoger todas sus cosas,  pero no sabría decirte cuándo… ¿Quieres que cuando venga le avise?
-No, no. No hace falta. No te preocupes, ya haré yo por verle. Y ¿dices que va a la diócesis?, pero, ¿ya no va a vivir aquí?
-Así es. Yo tampoco entiendo ese cambio tan repentino. Dijo que son órdenes de arriba. Y que él siempre ha de obedecer y no preguntar.
-Gracias Javier, no te entretengo más que sé que estás estudiando. Baja a verme alguna vez ¿eh?, ...  así charlamos un ratito, y te invito a un café.
-Gracias Violeta, lo haré. En cuanto salga de los exámenes.

Ya en el ascensor, su mente se disparó como un revolver. El se iba, se estaba mudando…., necesitaba respuestas....Ahora comprendía su ausencia.

Cuando yo conocí a Violeta, confieso que no me cayó muy bien,  aún era una joven que  se dejaba llevar por las apariencias, vivía en otra ciudad pero pronto me mudaría allí y la tendría por vecina.
La primera vez que la vi fue un día que me acompañaba mi padre al piso, me pareció que ellos tenían amistad  Abrimos el portal de la calle y ella estaba en el zaguán, era una señora bastante obesa, de voz grave, ojos negros muy vivos y expresivos, pelo corto ondulado y canoso y una gran delantera.
Lo que en un principio pareció un encuentro casual, no lo sería realmente. Pues ella siempre aparecía cuando alguien entraba o salía del edificio. Pero de eso, no me dí cuenta hasta más tarde.
 -Esta es mi hija, la segunda. –, dijo mi padre, que olvidó decirle mi nombre.
-Qué mayor está ya, casi no la reconozco. Hola niña, yo soy Violeta. Lo mejorcito.. que vas a encontrarte por aquí ¿Verdad Desiderio?

Aquello que dijo me sonó un tanto extraño y no sé a asunto de qué venía, claro que podía ser que estuviera coqueteando con mi padre…, no estuve segura, también había ironía en el tono en que dejó caer sus palabras….

-Hola, soy Elena. -. Dije yo, pensé que ella seguiría hablando conmigo, pero no fue así.

-Las cosas siguen igual Desiderio. Sabe usted, estoy tan harta, esto es el colmo, no terminamos de arreglar los asuntos por culpa de la víbora que tenemos por vecina. Pero conmigo no puede, ni podrá. Ya ha echado a dos, una casi sale con los pies por delante, ya sabe…. ¡y eso que no vive aquí! -. Dijo mirándome a mí –Pero, esa tendrá que pasar por encima de mi cadáver, si cree que va a montar aquí un negocio ¡va lista! Éste, no es sitio ¡por Dios!, ¡Qué va a montar aquí un negocio! Y que yo, no lo voy a consentir. Algunas prefieren…. Agachar la cabeza y tragar, pero yo…, yo no soy de esas.

Mientras los escuchaba,  hablando de los asuntos de los vecinos, ella me dio miedo. Pensé que era de armas tomadas. Y que debía tener cuitas no con alguno de ellos, si no con varios. Viendo su carácter era mejor no tenerla por enemiga. Bueno, casi  mejor sería esquivarla cuanto pudiera, y por supuesto, no pasar en el trato con  ella de un “hola y adiós”.  Y eso fue lo que hice cuando me instalé en el piso, evitarla a toda costa.

Cuando llegué,  la mayoría de mi tiempo lo ocupaban  las clases y la biblioteca. Ese primer año viví sola. No almorzaba en casa, todos los días antes de regresar me iba a un bar de al lado, en donde comía de menú. Y las tardes, solía pasarlas en casa.

Una de las tardes que llegaba, al abrir el portón, vi a Violeta esperándome en el pasillo, ella lo llamaba casualidad. Pero, ya eran demasiadas “casualidades”, siempre me invitaba a su casa, y yo declinaba dándole cualquier excusa, albergaba la duda de que quizá ella me controlaba, siempre pendiente de mis entradas y salidas de casa, y eso no me gustaba un pelo…, pero las excusas se me fueron acabando y ese día acepté el café con pastitas de té, que su sobrino le había traído de Londres, y chocolatinas con menta   … No pude negarme.

El pequeño apartamento tenía poca iluminación, y conservaba algunos muebles antiguos que ella se trajo de la casa de sus padres. De las paredes, pintadas de blanco, colgaban algunos cuadros, ella me dijo que eran de pintores reconocidos. Y que aunque tenían un valor importante, para ella los eran más, por motivo  sentimental.

-Pero ven, siéntate. No te quedes ahí de pié.

Dijo, ofreciéndome un butacón. Había encendido una varita de sándalo y la luz era tenue, salía de una   pequeña lamparita de pié que estaba junto a una mesita auxiliar al lado de su butaca. En la mesita, un paquete de tabaco y un mechero estaban dentro del cenicero.
En ese pequeño salón, yo siempre tuve la impresión de que el tiempo se detenía a media tarde, porque después de pasar allí un rato, perdía la noción del tiempo y nunca estaba segura de qué hora era.

Por aquél entonces yo fumaba. Ella encendió un cigarro y me ofreció uno a mí. Y fue la primera cosa que encontré que tuviéramos en común.

Ella se sentó a mi lado en su butacón bajo la mesa camilla que coronaba el pequeño salón. Frente a la mesa había una ventana que daba a la calle y al lado un mueblecito con un televisor, y una puerta que daba a la cocina. Sobre la mesa camilla, había cartas encima de un pequeño tapete verde. Pero éstas, eran cartas con figuras de arcanos, y estaban dispuestas a modo de hilera formando una cruz, montadas una encima de la siguiente. Y al lado una columna de cuatro cartas más junto al mazo del resto de la baraja.


Ella se fijó en que me había quedado mirando las cartas.
-Me gusta hacer solitarios. Me entretiene. Eso, o hacer crucigramas y leer,  son las únicas aficiones que hacen mas llevadera ésta soledad. Claro que no es que yo quiera vivir con alguien, no, no, de ninguna manera. Yo estoy muy bien así. Sin que nadie me diga lo que tengo que hacer -Y entonces carraspeó y añadió, creo que para cambiar de tema -. Pero, perdona, aún no te he preguntado qué vas a tomar, hago un café muy rico. ¿A ti te gusta el café, o prefieres otra cosa?
-Un café estaría bien, gracias.
Ella recogió las cartas guardando un orden. Se dio cuenta que yo no paraba de mirarlas, era una baraja de Tarot, pero las figuras eran preciosas. Parecía muy gastada, y me hubiera quedado mirándolas una a una para verlas todas.

-A veces las cartas nos muestran sucesos, tal vez ya los sepa nuestro subconsciente, el caso es que a través de ellas durante siglos se ha podido leer sobre los acontecimientos de nuestra vida, ¿será que todo está escrito? Aunque luego el curso de la vida va cambiando dependiendo de nuestras elecciones, son las decisiones que vamos tomando las que nos traen nuevos acontecimientos, es inevitable.
Si te gusta el tema, un día te explicaré más cosas, ahora vamos a tomar ese café.

A mi izquierda,  había un gran cuadro colgado en la pared, supuse que era un retrato de ella, y me quedé mirándolo.

-Lo pintó un amigo muy querido y después me lo regaló. Soy yo, pero ya ni se reconoce,….. – y entonces cayó y se quedó mirándome a ver qué decía yo…..el silencio cada vez se iba haciendo mayor…hasta que dije –Pero ¡qué vas a estar mayor! -, entonces, ella dio una calada al cigarro orgullosa y  prosiguió. -Él se había empeñado en hacerme un retrato, dijo que yo le recordaba a la mujer de los cuadros de Julio Romero de Torres, es amigo y un pintor muy conocido -.
Era un posado de cuerpo entero, lucía un vestido de fiesta rojo escotado con unas perlas blancas y una boa de plumas blanca le colgaba sobre los hombros. Estaba guapísima, calculé que debía de tener unos veinte y pocos años.

Poco a poco, ella y yo fuimos entablando una amistad que sería para siempre. Y pude conocer a la verdadera Violeta. Una mujer que aguardaba que un día llegara su príncipe azul y la rescatara de su palacio de cristal. Y ¿quién era yo para quitarle esa chispa de esperanza?  La que le hacía mantener apego a la vida, y por lo único que le merecía la pena ya  seguir viviendo… Aún así lo intenté. Pero en la vida, a veces los cambios no ocurren hasta que uno está dispuesto a dar ese primer paso. Ella, ya había hecho su elección,  mucho antes de que yo la conociera. Había dado ese primer paso. En una dirección, que sería la única por la que estaría dispuesta a cambiar su soledad y su modo de vivir la vida. Ya me lo había dicho el primer día que nos conocimos aunque no me di cuenta. Prefería morir esperando el amor antes que renunciar.  Había una conspiración por la que él no podía regresar a su lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario