Ella estaba allí sentada viendo al maestro Yoda frente a
Luke Skywalker, era la primera función,
y el cine estaba a rebosar….. en aquel
momento, decía….
“El tamaño no importa. Veme a mí. ¿Por mi tamaño me juzgas? ¿Hmm?
Hmm. Pues hacerlo no deberías. Pues mi aliada es la Fuerza , y una poderosa
aliada es.”
Yoda, a Luke Skywalker Star Wars Episodio V: El Imperio
Contraataca
Se levantó de su asiento y corrió pasillo arriba entre medio
de la fila de butacas, no estuvo segura de cuánto faltaba pero estaba
indignada, “otra vez lo ha vuelto a hacer”, tenía que decirle que eso era un crimen. Sin ver bien el suelo caminó por el
empinado entarimado de madera y fue a buscarle a la cabina. Había hecho tantas
veces ese recorrido que no necesitó más luz que la que emitía la pantalla.
Empujó la puerta de la sala con cuidado de que la claridad no molestara al público,
y se giró buscando las pequeñas escaleras que subían a la cabina....
Allí, la luminaria era tenue, ambarina y la estrechez de la habitación resaltaba aún más las dos grandes
cámaras de color plomo que coronaban en el
centro.
El calor pesado del ambiente, subía por sus mejillas, y un sonido bronco que
salía del motor del proyector, retumbaba en las paredes dejándola sorda. La
intermitencia de las sombras, como clichés de un teatro chino, acompasaba el
sonido. Olía a cola, a acetona y plástico, un olor intenso.
Una vez que los ojos se acostumbran a la falta de luz, la
vista se agudiza y puedes estar
allí llegando incluso a olvidar aquel
ruido.
“Sí, aún quedan restos,… ”
Pensó mientras descubría en suelo trozos de los recortes de unir los
rollos de las latas, plateadas y
enumeradas, que componían la película. La manivela hacía girar el torno y así la película pasaba
de los rollos, uno a uno, a la lata que
había de colocarse en la cámara.
Fue entonces cuando le vio, allí, trajinando de espaldas a
ella. El humo que salía de su pitillo serpenteaba ascendente hasta convertirse
en neblina, sus dedos amarillos
sujetaban un trozo de cliché de la película para verla al trasluz buscando que
los fotogramas, en ambos lados, vinieran bien,
y luego, … “ras” tijera, acetona…. La unión en los empalmes
debía ser precisa, para que el público
no apreciara los saltos en el cambio, “¡Aquél era un lugar fascinante!” pensaba
ella mientras le observaba “y él hacía que aún lo fuese más”.
Pero él, lo mismo era
operario, que director de sala, que de película,...Hoy
mismo, el tiempo de duración entre
funciones, no se ajustaba al horario,… Había que recortarlo…., sacrificando pequeñas partes o
escenas enteras que a su criterio, no influían en la trama central, “Por que ¿quién lo recordaría después de un
apoteósico final? “ Por descontado, ¡ni
se notaría!, máxime si no la había visto antes”.
Aquello le recordó por lo que había ido allí, y una mueca de
enfado se dibujó en su boca, “yo sí qué la había visto y…algo faltaba” pensó.
-Mejor eso, que devolverla sin que la gente pueda verla”…-, le decía, adivinando el motivo se su visita, e
intentando convencerla de que aquello era por una causa justa.
Entonces ella no lo sabía, pero por aquellos días comenzó el
declive de las grandes salas y los cines de butacas, aquellas salas espaciosas en donde
uno podía ver tan bien las películas sin estar pegado a la enorme la pantalla.
Los cines de pequeños empresarios, fueron los primeros en caer en manos de las
grandes empresas que montaban multisalas monopolizando el mercado, el acoso
y la presión fue tal, que poco a poco
fueron desapareciendo, no les quedó otra
escapatoria que la de cerrar.
Intentó animarla, dejándola unir los rollos. Giraba la
manivela cuando una de las latas se soltó del torno y salió rodando de la
habitación escaleras abajo. Ella la siguió con la vista mientras él corría
escaleras abajo para recogerlo, y entonces la fatalidad quiso que se cumpliera el
tiempo del cambio de la lata en la cámara sin que él pudiese regresar a tiempo,
así que esta se paró en seco. Un silencio ensordecedor se hizo en la cabina. Ella
se quedó como un palo, recogió las manos
tras de sí, y no dijo ni una palabra. Y como tampoco él decía nada, de puntillas se asomó al ventanuco por el que
podía verse la sala y abochornada vio como las luces se encendían y el público
silbaba levantando las manos en alto en protesta por lo ocurrido. Pero el dijo -¡No debes preocuparte, Omía!, ahora verás cuánta
magia crea el cine, en cuanto le dé al botón, todos se olvidarán de lo que ha pasado.
Y así sucedió.
A ti, que donde quiera que estés, estás conmigo, y que me enseñaste a valorar la vida.
A ti, que donde quiera que estés, estás conmigo, y que me enseñaste a valorar la vida.
Fantastico Amparo, he conseguido revivir los recuerdos como si hubiera ocurrido ayer mismo. Por cierto, te faltó citar el crepitar de las pipas en el silencio de la sala.
ResponderEliminarEnhorabuena.
(tony)