En algún momento, una gaviota que sobrevolaba la costa, divisó unos restos
de pescado flotando en el mar, y loca de contenta, voló hacia allí celebrando
aquel maravilloso hallazgo. Entonces, el reguero del
pescado la condujo hasta un barco desde donde unos pescadores los arrojaban.
Aquello volvió a repetirse en los días siguientes, convirtiéndose en costumbre por la manera tan fácil de conseguir su alimento. Desde entonces nunca más volvió a pescar.
Aquello volvió a repetirse en los días siguientes, convirtiéndose en costumbre por la manera tan fácil de conseguir su alimento. Desde entonces nunca más volvió a pescar.
Las demás gaviotas, se unieron a ella; y juntas, como
piratas, sobrevolaban todas las naves que les proveían de comida
-¿Y para qué pescar- se decían -,cuando el hombre lo hace
por nosotras? - .Y todas estuvieron de
acuerdo.
A partir de entonces, las gaviotas pasaban la mayoría del
tiempo en los alrededores de la costa y sólo regresaban al mar cuando aparecían
los pesqueros. Pero entonces sucedió que cada vez eran menos los barcos que llegaban
de alta mar. Y como habían perdido su habilidad pescadora, aquél oasis se
convirtió en un lugar de muerte para todas ellas.
Entonces, la más avispada animó a unas cuantas a seguir los
restos que a su paso iban dejando los humanos, y se fueron tras él tierra adentro. Y fue así como encontraron “las montañas negras de los hombres”;
toneladas y toneladas de basura apiladas en montoneras.
Pronto, todas ellas emigraron a aquel lugar en el que la
comida no dejaba de crecer y extenderse como si milagrosamente tuviera vida
propia.
Y allí se han quedado.
Así fue como gracias al hombre, la gaviota dejó la mar y se marchó a los
campos.