María vivía un drama familiar, su marido no tenía trabajo y a
ella se le acababa ya la ayuda de los cuatrocientos euros que les
permitía pagar la hipoteca. La empresa de su marido, Matías, había presentado un ere. Y él, deprimido, se pasaba los días en el bar jugando a las cartas con Raúl, el
frutero del barrio al que ahora le sobraba el tiempo en su trabajo. Su Jennifer, que ya tenía catorce, se pasaba las horas
jugando a la play, y ni ella, ni su padre parecían darse cuenta de lo grave de
su situación y de que en dos meses si no entraban ingresos les iban a quitar la casa.
Ding-dong. Ding-dong.
Ding-dong.
-¡Abre ya Paqui! que
no soy de hacienda….ni te voy a cortar la línea caliente.
-¡Qué! se te ha pegado el dedo, ¿no?