No llegaré a tiempo, ¡qué desastre, tengo los pies
empapados!...., ya estoy aquí,….. ¡Oh no, vaya cola! seguro que el otro no
llegó, ¡y éste también se retrasa!…. A lo peor es que hay atasco por la lluvia.
¡Vaya! , – dijo en voz alta mientras recorría la fila- , ¡nunca había visto
esta cola tan larga!
Los demás la miraron asintiendo, el ambiente era tenso como
en un cuartel y el orden en la fila: estricto y riguroso, pero eso ella ya lo
sabía, desde hacía dos semanas se había convertido en rutina, siempre la misma
línea, todos los días y a la misma hora y normalmente se retrasaba aunque la de
hoy estaba batiendo record.
Las sandalias la estaban matando - ¡Mira que ponerme
sandalias un día de lluvia!
10 – 15 – 20 – 35 largos minutos de espera, no dejaba de
mirar a la esquina de la calle por la que al fin el bus de color rojo guinda
apareció. Sacó de su bolso la tarjeta de
viaje y un espejito, y se asomó, quería ver si llevaba bien colocado el
turbante
- De incógnito – se
dijo riendo para sus adentros, - pero vas tan bien disfrazada, nena, que nadie podrá imaginar tu secreto -
-
Cuando alguien te
mire no debes sentirte tímida – siguió – piensa que ese turbante es una
prolongación de tí y que ese pelo te queda monísimo.
Aunque, la realidad era que ella prefería ir de incógnito,
no llamar la atención y pasar desapercibida mientras su pelo volvía a crecer de
nuevo.
Era media mañana, la gente que cogía esa línea del bus no
solían tener prisas. Pero después de la larga espera, con chaparrón incluido, todos
refunfuñaban estresados.
Delante de ella una parejita de enamorados de pelo cano subía
con dificultad al autobús, desde más atrás una voz dijo: ¡Chofer, BÁJELO de una
vez!, ¿no ve que vamos a estar aquí hasta mañana? Por fin la pobre pudo subir al bus y tras equilibrarse con
ayuda de su marido, miró al señor mayor de
atrás agradeciéndole lo que había dicho,
e hizo un gesto de desaprobación negando con la cabeza hacia el
chofer. Indignada dijo - ¡hemos perdido los modales!
Pero éste la ignoró, a ella, al que dio el aviso y a los que lo
miraban con reproche, oculto tras sus
negras gafas de sol, no prestaba atención. Debía tener veintitantos, un
morenazo de tez aceituna al que la camisa celeste de manga corta, con los
cuellos levantados, tan entallada al cuerpo que aún dejaban más al descubierto
sus musculosos brazos. Tenía el pelo negro, engominado de punta, y de una oreja
le colgaba un arete pequeño plateado. Mascaba chicle parsimoniosamente mientras
contaba el cambio, ella pensó que probablemente estaría a punto de acabar su
turno.
Caminó hacia la mitad del bus, tomó asiento y sacó el tablet
del bolso, sus pies en agradecimiento la
reverenciaron haciendo “el saludo al sol”,
rogó para que hubiera asiento para todos los mayores que iban pasando
tras ella y se puso a buscar algo de
lectura en su tablet, su nariz en seguida se llenó de laca,
ambientador, fijador, e intensos aromas frutales
mezclados de hormonas, apartó la vista del
tablet y cruzó la mirada con los que
hacían lo propio echando un vistazo por todo el bus esperando que alguien más
lo notara y abriese un poco las ventanillas. Fue entonces, cuando volvió a echar
a volar su imaginación, allí estaban
todos, en un compás de espera que les
hacía recorrer un trayecto breve entre desconocidos. Se preguntó si alguno más, como ella,
iría camuflado y de ellos cuántos ocultarían algún secreto inconfesable,
lo que la llevó a cuestionarse si quizás
tras esa capa de singularidad que nos envuelve a todos no se oculte quizás en cada uno de nosotros una
historia digna del mejor best seller.
En el asiento de al lado, un señor de unos 70 años largos,
no dejaba de hablar sólo y en voz alta, hacía comentarios dejando preguntas en
el aire, o quejas, ella notaba que la
miraba, a ella y a los demás
buscando desesperadamente que alguien le diera charla. Hacía preguntas y así
iba de una cosa a otra casi sin darse tiempo.
Detrás de ella se oyó: - ¡Cómo nos pone el señor!
Ella, aún algo disgustada porque sentía los pies mojados, se propuso no levantar la vista del tablet,
pero más tarde se percató que estaba escuchando al señor, fue un segundo
que se volvió a mirarle en el que el
señor clavó los ojos en los de ella, y ya no tuvo más remedio que seguirle
mirando mientras el señor le hablaba, le había tocado. Así que cerró el
tablet y se convirtió en su espectadora
para que él pudiera dedicarle unos minutos de gloria.
Tras ella, dos asientos más atrás se produjo un encuentro
memorable, el matrimonio nevado se encontraba con una amiga a la que hacía más
de 30 años que no veían, y el encuentro fue entrañable, luego, comenzó el
resumen de los años ausentes.
-
Ay Pepita qué tiempos aquellos, sí que lo pasábamos
bien, verás, deja que te cuente, ¿Quien, yo?, ¡ya no soy lo que era!, Sí, si, ahora
estoy mejor pero he estado regular, ya sabes los disgustos no se llevan bien a
nuestra edad. Si, ahora voy para allá, Si, si, Ahora tengo la cita, ¡si claro voy
a que me vea el Doctor! No, no, ya parece que poco a poco voy saliendo, sí,
sí, poco a poco. ¿Tu te acuerdas de mi
hermana Milagrito?, la que se fue a vivir a los Angeles, sí, esa misma. Pues mi
hija, sí. Esperanza, quiso ir a hacerle una visita, y su padre y yo la
acompañamos en el barco y luego nos volvimos pero ella decidió quedarse en casa
de mi hermana una temporada. Bueno, pues desde allí, recibimos la noticia de que
ingresaba en una Orden religiosa en clausura, no pudimos ir a verla y después de 10 años, nos dijo que venía a
vernos ella. Cuando vino de vuelta se había salido de la orden y se casó con uno, que
también se había salido; han estado viviendo cerca de nosotros en su piso, pero a
los dos años de casados, se separaron y
pidió la nulidad. Luego se quiso ir a vivir sola, en lugar de venirse a casa con sus padres ¡Si, si sola, en su piso!, y desde entonces
estoy con la tensión por las nubes. Bueno yo me bajo aquí, sí, sí y yo también
me he alegrado mucho de veros. ¡se lo diré! Adiós , si, muchas gracias e
igualmente.
En esa parada subió un señor, delgado de unos cincuenta
años. Nada más entrar, comenzó a increpar al conductor del bus a pleno pulmón,
le dijo de todo menos bonito. Se acordó de su santa madre, de su mujer, y de
todas sus castas al completo, el ambiente se volvió tenso, y cuando ya parecía
iba a tomar asiento se volvió y le dijo al chofer que era “un hijo de ovino”
como su mismísimo padre y que un niñato como él, que se notaba
a leguas que era un cateto de pueblo, no lo dejaba plantado en la parada
ni una vez más.
Se hizo el silencio en el autobús, que ya había continuado el trayecto, y un
frenazo en seco nos sacudió a todos de golpe quedando el bus parado en mitad de
la avenida y entorpeciendo el tráfico. El
chofer, se salió de la cabina y fue en
busca del señor, lo agarró por la camisa, y
cogiéndole en volandas le gritó –
De mí, diga usted lo que quiera, ¡pero de mi Padre!……con mi padre no se mete
nadie, cuando salgamos del bus le voy a dar una
que se va a comer usted lo que ha dicho de él.
Un señor mayor le dijo al que tenía al lado, - Le va a dar
la del tigre. Eso le pasa por ponerse gallito sin tener ni media “guantá”.
En la embestida, un grupo de ancianas que habían quedado en
medio del conato, como pudieron, se arremolinaron a la puerta de salida del bus
histéricas, clamaban al chofer: que por lo más sagrado abriera las puertas, que
querían bajar ipso facto. El chofer, que había vuelto ya a la cabina, parecía
estar ausente. Y ellas a coro subían en intensidad la súplica, a la que se unieron más en número,
hasta que por fin al chofer le regresó
su consciencia de donde quiera que se hubiera ido devolviéndole al bus y reaccionó
abriendo las puertas, por las que ellos huyeron en desbandada.
Dos paradas más tarde los ánimos parecían haberse calmado, y
ella se fijó en otra chica que había subido y que no paraba de mirarla, llevaba
un vestido de diseño monísimo con un estampado desigual y bolso a juego de la
misma tela, las medias de rojo intenso le combinaban muy bien con los tonos ocres,
tostados, violetas y rojizos predominantes del vestido. Los zapatos también eran
ideales, de salón negro con un tacón altísimo que resaltaba aún más sus largas piernas. Tenía las manos
muy grandes, eso era raro, sí los dedos largos pero muy poco femeninos y las
uñas pintadas pero descascarilladas, se quitó las gafas que eran divinas, grandes
y tipo a las que solía llevar Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes, de color
violeta oscuro a juego con el color de sus uñas. Y pudo notar algo extraño en
sus facciones, el cuello era algo ancho y musculoso, y el pelo no resultaba con
el resto del look, una coleta recogida con una gomilla cutre, el tinte muy
descuidado le daba al pelo un aspecto desgreñado, eso no cuadraba. Movida por
la curiosidad que le produjo se dio cuenta que había estado observándola
meticulosamente y entonces la miró para ver si se habría dado cuenta, para su sorpresa notó que la chica también la
observaba a ella de manera descarada y entonces en ese momento en que sus ojos
se cruzaron la chica le guiñó un ojo
descaradamente. Ella, se puso roja como un tomate y bajó la mirada a su tablet,
esperando que cuando volviera a levantarlos la chica ya no le estuviera
mirando. El bus hizo una nueva parada, entonces notó que la chica se levantaba
y se iba. Sentía que sus ojos aún estaban clavados en ella, y tuvo la curiosidad de volver a mirarla. Para su sorpresa, la chica le tiró un beso antes de bajar del
autobús. No podía ser, ¡era un hombre!
El trayecto continuó hasta la última parada, y se levantó
del asiento para abandonar el autobús junto con todos los demás. Al salir, a lo
lejos oyó al señor de 50 que mientras se alejaba, volvía a insultar a
voces al chofer, que ya no podía hacer nada porque la gente de la
parada había empezado a entrar en el autobús para iniciar de nuevo la ruta. Y
ella se echó a reír, pensando en si la vida misma no era, tanto ó mejor, que una de esas películas de Almodóvar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario